Espero no verlos al bajar las escaleras | Relato [Colaboración especial]

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Todos los días, después de salir del departamento, mientras bajo los pisos para llegar a la calle, veo las paredes grises; las plantas de los vecinos que buscan alegrar la vista de los demás; el suelo que parece estar siempre sucio: busco lo que sea para fijar mi mirada. Me digo que no quiero verlos a ellos, pero lo hago. No siempre, pero de vez en cuando. Hoy lo hago. Los saludo, les deseo un buen día y sigo mi camino. Ya no duele tanto como antes. 

La hija de mis vecinos murió en el sismo pasado. Era muy dulce. Siempre tenía dos colitas en el cabello y subía corriendo las escaleras con su hermano mayor. Ella tenía unos cinco años, él ahora tiene diez. Siempre jugaban a que ella era una princesa y él un caballero que la protegía. Su mamá se quejaba de lo pesada que era la mochila de ella. 

Días después del sismo, el entonces coordinador Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, Luis Felipe Puente, publicó en un tweet del 4 de octubre del 2017 que 369 personas perdieron la vida, de las cuales, 228 eran de la Ciudad de México. Del edificio de cuatro pisos, donde vivimos en promedio tres o cuatro familias por planta, hubo una de esos 228. Es una sensación extraña que alguien que veías todos los días se convierta en una cifra. 

Ahora cuando los veo, el niño ya no está jugando. A pesar de siempre llevar su uniforme planchado y su lonchera de Spiderman, yo siempre lo he visto como un caballero con armadura, siendo fuerte y ayudando a sus padres con lo que puede. Creció un par de centímetros, sigue con el cabello bien peinado.

Mientras sube, en los ojos marrones de su madre se asoma el deseo de volver a cargar esa mochila rosa y pesada de su hija. Por eso es difícil verlos. Nunca hablamos más de 5 minutos, pero son esas caras que te hacen saber que ya estás en casa. 

Ya estoy en la entrada del edificio para ir a clases, abriendo la puerta del verde más feo que se le pudo ocurrir a alguien pintar. Algo llama mi atención y volteo hacia las escaleras, a su dirección; y en lo que parece un segundo la veo a ella, y sé que lo es porque va justo en frente de su hermano, riéndose porque va más rápido que él. Creo que su mamá la escucha porque fija su vista rápidamente en lo que parece un vacío, pero las dos –y seguramente el niño también– sabemos que la niña de las dos colitas y mochila rosa sigue con ellos, siendo aún la más rápida y siempre sonriendo.


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